La costa del río, a la altura de Florencia, se presta para pescar dorados, practicar safari fotográfico y pasear en lancha.
Absolutamente toda la riqueza forestal del chaco santafesino parece reunida sobre la costa del Paraná, a la altura de Florencia. Si bien queda poco y nada del quebracho colorado después del paso de la compañía La Forestal por el norte de Santa Fe, el verde intenso resiste: portentosos sauces, timbóes y algarrobos se arraciman entre los bañados, ríos y riachos, a cuya belleza serena acuden amantes de los safaris fotográficos, experimentados pescadores y familias que pasean en lancha.
Hay dos momentos únicos, incomparables de la jornada, en los que nadie quiere perderse el gran espectáculo que se aprecia mejor desde la costa: primero, el amanecer con el río en primer plano que va adoptando colores vivos y la vegetación uniforme atrás; después, la caída del sol, seguido por la luna, que pide paso.
El universo agreste que rodea los recreos de la costa -a los que se accede desde Florencia por un camino de tierra de 20 km que atraviesa tres riachos- es el tema recurrente de los turistas. Intercambian sus vivencias al final del día, con la vista clavada en el río y el cielo. Unos refieren a la súbita aparición de yacarés, monos y carpinchos, otros hablan de bandadas de biguáes, garzas, tucanes y cardenales y los pescadores deportivos más afortunados relatan la lucha que sostuvieron con algún ejemplar de dorado, cuyo peso promedia los 7 kilos.
"El mejor pique está repartido entre la isla Pelota, el río Laureltí y el riacho San Lorenzo. Aunque el nivel del agua está crecido, además de dorados se consigue mucha pesca variada, como manduvé, moncholo, patí y boga", sostiene Marcelo Rouvier.
El guía conoce mejor que nadie los secretos del río y las islas más cercanas a Florencia. Describe la situación con detalles, parado en el antiguo puerto de Piracuá. Es el mismo amarradero desde el que se despachaba la producción de tanino, que La Forestal extrajo de los cortes de quebracho durante 80 años, hasta la década del 60. Ese pasado que marcó para siempre la suerte de los pueblos cercanos a Florencia revive en Villa Guillermina y Villa Ana, a través de las casas que albergaron a los directivos ingleses, galpones y las últimas señales de la traza ferroviaria. Allí, el ecoturismo es desplazado por el recuerdo vívido de los peones de los obrajes.
Fuente: Clarín Turismo
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2009/12/20/v-02104345.htm